Carta con Cartilla



El lenguaje oral y el lenguaje escrito no son iguales. Esta afirmación se prueba con un
experimento: transcribir una exposición verbal. De inmediato se notará que el lenguaje hablado —
sucesivo en el tiempo— está lleno de repeticiones de palabras, de énfasis tonales, de circunloquios
que no son de recibo en el lenguaje escrito, no sucesivo en el tiempo sino simultáneo sobre la página
y que exige un orden que no posee la exposición oral.
De esta diferencia radical se sigue un escolio: así como el individuo gasta sus años en dominar
el lenguaje hablado, también el aprendizaje del lenguaje escrito necesita tiempo y dedicación. ¿En
qué consiste este aprendizaje? Hay dos extremos, el primero —el de la excelencia— es el dominio de
la escritura como arte, producto de vocación, dedicación y talento de algunos privilegiados, como
García Márquez. El otro extremo es el mero conocimiento de la caligrafía para poner por escrito, con
torpeza y miedo, algunas ideas deshilvanadas.
El aprendizaje que se le exige a un profesional, a una persona culta, ha variado con el tiempo.
Durante muchos siglos la expresión escrita debía ser un idioma distinto al hablado., Hasta el siglo
XVIII muchos textos se escribían en latín. En algunas épocas  —recurrentes— el dominio de la
escritura consistía en el conocimiento de mundos simbólicos, de analogías que exigían ingenio y erudición.
En tiempos más cercanos, la medida de la calidad de la escritura se definía por un valor difícil
de establecer: la elegancia. El texto escrito, aun el manual más descriptivo, estaba tocado por un tono
radicalmente diferente al del habla, empeñado en cierta solemnidad, aún en cierto engolamiento,
cuyos restos arqueológicos son la retórica parlamentaria de hoy.
En nuestro tiempo, la calidad del lenguaje escrito se mide por la claridad. El adorno, antes
estimado, puede estorbar, el circunloquio es defecto. No me refiero a la escritura artística, donde  el
toque personal es válido; sólo que antes de llegar a ese nivel es preferible aspirar al paso anterior,
donde el lenguaje escrito es instrumento para la transmisión de ideas.
Estamos en una época en la cual escribir bien es escribir claro. Escribir claro no es fácil. Dice
Cocteau: ―que con lo fácil que parece, no se note el trabajo que nos costó".
Para expresar con claridad una idea, lo primero que se requiere es tenerla clara. Es imposible
expresar con nitidez aquello que apenas se vislumbra confusamente. Este asunto, sin embargo, escapa
a unas instrucciones que se encaminan a dar consejos prácticos sobre la escritura, y no propiamente
sobre la capacidad de discernimiento.
La claridad consiste en lograr que la idea que se quiere trasmitir llegue sin estorbos, sin
equívocos, ordenadamente, al lector. Que el empaque no se note.
El propósito permanente de un texto de narración histórica es que sea diáfano. Es un error
táctico proponerse otros fines, tales como la profundidad o la originalidad, pues resultan alambicados,
pretenciosos y retorcidos.
Hay textos que resultan profundos y originales porque el mensaje que expresan es original y
profundo. Pero jamás se conseguirán la profundidad y la originalidad como fruto de la mera
redacción. "Cómo serán por dentro las cosas, si por fuera son tan profundas", dijo un poeta.
¿Cada cuánto tiempo escribe? ¿Cuándo fue la última vez que escribió? La mayoría de
respuestas a estas dos preguntas denuncian en casi todo el que las responde una lamentable falta de
práctica en la expresión escrita. De ahí se sigue, casi siempre, un comentario de los estilos siguientes:
—Yo no sé escribir. (Tiene razón).
—No tengo facilidad para escribir. (Cierto).
—Me cuesta mucho escribir. (Certísimo)
Lo importante aquí es subrayar que lo que uno sabe lo aprende, tener dificultad para cualquier
actividad no la hace imposible. Al principio cuesta más, como cuando se inicia cualquier
entrenamiento, pero gradualmente se adquiere práctica y se vence el temor reverencial a la palabra
escrita.
Esto se parece a:
—Un programa de entrenamiento.
—Aprender a tocar un instrumento.
—Hacer gimnasia.
Me refiero a que todo empieza con unas rutinas.
— ¿Con qué escribo?
Definir qué se ajusta más a mi comodidad, a mi gusto: lápiz —en ese caso tener varios, tener
sacapuntas—, pluma fuente —ojo con las reservas de tinta—, esferográfico, plumígrafo, directo sobre el teclado. Cada uno sabe qué instrumento le satisface más. O debe definido.
— ¿Sobre qué?
Un cuaderno, una libreta con líneas, sin líneas, en papeles sueltos, sobre la pantalla. Siempre
es recomendable definir estas materias en función de la comodidad.
— ¿Dónde?
Tener un lugar fijo, un territorio, ayuda a la concentración. Son importantes la buena luz —
ojalá entrando desde la izquierda— y la comodidad del cuerpo, principalmente de la espalda. Y estar
lejos de las interrupciones. Es imposible escribir y conversar, escribir y cocinar, escribir y ver
televisión, al tiempo.
— ¿En qué posición?
Hemingway escribía sobre un atril, de pies. Luis Vidales decía que escribía desnudo y
acostado, pero en general, la posición más convencional es sentado, apoyado sobre una mesa. Un
poeta colombiano dice que para escribir se necesita una mesa, una musa y una moza.
Lo esencial de estas rutinas es facilitar el proceso de In escritura, de modo que la velocidad de
la mano fluya y el cerebro se acomode a esa velocidad sin acosos.
— ¿Qué tener cerca?
Mínimo un diccionario de significados, el Larousse o el diccionario de la Academia. Ojalá,
también, un diccionario de sinónimos.
— ¿A qué horas?
Es importante establecer el hábito. Hay individuos noctámbulos, que se concentran mejor en
el silencio de la noche. Los diurnos, madrugadores.
Lo primero es el contenido. Cuál es el mensaje. Qué piensa trasmitir.
Por esto, su primera preocupación al escribir consiste en vaciar su idea. Para esto trate, antes,
de hacer un esquema que le dé un rumbo, como quien traza un plano, corno quien mira el mapa del
camino que recorrerá. Y luego escríbalo, pensando en su idea.
En esta primera etapa de la escritura no se preocupe de la forma ni del orden. Ante todo: no
tenga más de un problema por resolver al tiempo. Si usted, inexperto o inseguro de su expresión
escrito, además del contenido de su texto, intenta simultáneamente hacerla clara, fluida, ordenada y
sin repeticiones, se arma un lío. No se preocupe de la expresión correcta y transparente. En la primera
etapa ocúpese tan solo del contenido de su mensaje. Lo primero es el "qué".
Una de las ventajas de la lentitud y de la deliberación analítica de cada palabra que exige la
escritura, consiste en que a uno se le ocurren ramificaciones, derivaciones, precisiones, distingos,
datos: inclúyalos en el momento en que se le ocurren (entre paréntesis, si es del caso). Luego llegará
el momento de aprovecharlos, descartarlos, darles un orden.
¿Terminó de escribir todo su "qué"? ¿Está seguro? Pues si terminó su "qué" y piensa que ya
acabó de escribir, está totalmente equivocado.
Cuando está en este punto es cuando comienza el verdadero proceso de escritura.
En seguida va un solo párrafo dedicado a destacar la importancia de una frase:
Escribir es corregir.
Escribir es corregir. Lo más impresionante —y abrumador— de la escritura es que todo texto es, siempre, susceptible de mejorar. Muchos editores de literatura prefieren que la corrección final de
las pruebas de los libros no la realicen los autores, pues éstos suelen seguir corrigiendo obsesivamente
hasta la víspera de la impresión.
Escribir es corregir y la corrección comprende varias etapas distintas entre sí. Esto es
importante porque cada etapa debe realizarse una por una.
Es necesario corregir el conjunto, cada párrafo, cada frase, cada palabra: en realidad, aquí
estoy enunciando una metodología que va del conjunto al detalle, del todo a las partes.
En la lectura de conjunto se impone la necesidad de controlar el orden general del discurso.
Que el texto tenga un desarrollo coherente, un principio y un final, que el lector no tenga que dar
curvas y mucho menos devolverse en la lectura.
Si el objetivo del texto es una narración, lo que más ayuda es el orden cronológico. Si es una
descripción, se aconseja ir del conjunto al detalle. Si es conceptual, igualmente, desarrollar de la idea
principal a sus ramificaciones.
Después de la corrección global, es importante revisar cada párrafo: las repeticiones de
palabras, la conjugación de los verbos en el mismo tiempo, la puntuación.
Después, frase a frase. Que sea coherente, que esté bien ordenada (sujeto-verbo-complemento)
y la ortografía.
Un párrafo sobre la ortografía.
La ortografía se tiene o no se tiene. Cuando no se tiene es muy importante revisada y
corregida, pues un error de ortografía hace dudar de lo que estamos diciendo. Quien no tiene buena
ortografía, pierde credibilidad.
Y unos párrafos finales sobre la corrección frase a frase:
—Ensaye a leer cada frase sin los adjetivos que contenga; es una buena manera de juzgar si el
adjetivo no agrega nada al significado; "cuando el adjetivo no da vida, mata", decía un poeta de Chile.
—Todos tenemos muletillas (yo, además, soy propietario de unas muletas): es muy importante
limpiar la prosa de estas frases que sirven de apoyo al pensamiento pero de obstáculo a la transmisión
del mensaje.
— Es recomendable mirar las frases negativas. En general ("en general" es una mentira mía),
es de más fácil comprensión una frase expresada en sentido positivo. Al contrario, una negación es
difícil y una fila de negaciones puede llegar a ser incomprensible.
— La precisión en el lenguaje es parte de la claridad. Creo que el género más difícil es el de
las "instrucciones prácticas": las directions de las sopas enlatadas, me parecen una obra maestra de la
redacción. El secreto consiste en llamar cada cosa o cada acción con su nombre o con su verbo
apropiado. En nuestro idioma existen sustantivos y  verbos "fáciles": hacer, ser, tener, cosa, objeto,
todos vocablos absolutamente necesarios cuando se precisa, pero que se usan como reemplazo de
palabras menos vagas.
Y con esta me despido: sí, el género más difícil de la escritura consiste en dar instrucciones
prácticas. Releyéndome, confirmo que mientras escribía violaba todas las reglas que prescribí.
Un beso,
Darío
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Darío Jaramillo Agudelo (Poeta y novelista, nacido en Santa Rosa de Osos, Antioquia, 1947)

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